No parece casualidad que la llegada a la Presidencia de Estados Unidos de Donald Trump vaya a suponer cambios notables en la gestión de las redes sociales. Uno de los más significativos es el giro decidido hacia la autogestión de los usuarios en el control y regulación de los contenidos publicados. Tomando como referencia las “notas de la comunidad” del X de Elon Musk, asesor de cabecera del mandatario norteamericano, Meta ya ha anunciado que seguirá el mismo modelo para el control de los contenidos. La justificación es la libertad de expresión. La realidad es que, con ello, se abre la veda para trufar los medios sociales de odio y contenido falso.
Musk planteó el actual modelo de control y penalización de los contenidos hace ya tiempo. Básicamente, el usuario de lo que fue Twitter, si aplica para ello, puede valorar las publicaciones de otras personas y matizar lo que dicen. Puede considerar si un texto es cierto o no, contextualizarlo aportando enlaces a sitios que apoyen su opinión e incluso calificar la utilidad de la publicación. Esa confianza en la autogestión, sin embargo, tenía un origen: la eliminación de buena parte de la plantilla a escala global, incluidos los moderadores de los contenidos y de la vigilancia de los términos de servicio.
Llega Trump a la Casa Blanca y le ha faltado el tiempo a Jeff Bezos y a Mark Zuckerberg para que Amazon y Meta, respectivamente, se hayan alineado con Musk anunciando una relajación de la vigilancia. Haciendo suyas las críticas de Trump al impacto en la libertad de expresión de las medidas de control de la calidad del contenido, empiezan a apostar por un escenario en el que las plataformas se desentiendan de la actividad de sus usuarios. Publica lo que quieras y que sean los demás los que te juzguen.
¿Por qué todo esto será, a medio y largo plazo, una muy mala idea? Van tres razones, aunque podrían ser más.
1. La vigilancia del contenido es una obligación de los soportes de comunicación
Al menos en España, un medio de comunicación tiene la obligación de supervisar y controlar los contenidos que publica o emite, especialmente aquellos generados por sus profesionales o por sus colaboradores. Si dicho contenido afecta a derechos fundamentales, deberá responder de forma solidaria y afrontar sanciones. El Código Penal contempla, además, sanciones contra medios que publiquen contenidos que constituyan injurias, calumnias o inciten al odio, la violencia y la discriminación.
“Pero las redes sociales no son medios de comunicación”, dirás. Más o menos, así es. Podemos discutirlo si tenemos en cuenta que los términos de servicio de Meta consideran válido, por ejemplo, afirman ahora que la homosexualidad es una enfermedad, algo que está penado por la Ley en España. Asimismo, la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información (LSSI) ya decía que, si el contenido es generado por terceros, no existe responsabilidad si la plataforma desconoce de manera efectiva que sea ilícito, pero si se le notifica su existencia, tiene que actuar con diligencia y retirar o bloquear el contenido. Si eliminas al equipo que se encarga de esas cosas, no parece posible actuar de esa forma, ¿verdad?
2. El criterio para valorar los contenidos exige especialistas y no opinólogos
Todos podemos tener una opinión sobre casi todo, y todos podemos exigir tener la posibilidad de expresarla, por ejemplo mediante comentarios en internet. Pero la gran mayoría carecemos del criterio (esa mezcla entre el conocimiento y la oportunidad de expresarlo) para aportar valor al opinar. Nadal puede ser uno de los mejores deportistas de la historia, pero eso no hace que sus opiniones sobre la gestión de los impuestos estén mejor fundadas. Ni las mías.
Lo ideal es dejar espacio a los expertos, a quienes conocen los antecedentes, los hechos y la normativa. A quienes pueden ayudarnos a entender mejor qué pasa y qué significan las cosas. Sin embargo, abrir la puerta a paracaidistas que se lancen a debates estériles en redes, a menudo aportando información no pertinente e incluso falsa para defender unas posiciones u otras, sólo sirve para traer ruido. A X, desde luego, ese mecanismo le está llevando a generar una realidad paralela en la que la mentira es una interpretación válida de la realidad.
3. La mentira y el acoso impiden la libertad de expresión
No, amigos. Poder decir lo que se quiera no es libertad de expresión. Si tu odio se comunica y se expande, y hace que otros se sientan libres de todo castigo para hacer lo mismo, tal vez otras personas no se sientan seguras para expresarse. Nos hemos dado unas normas de convivencia en sociedad ratificadas por leyes. Ésas, y el sentido común vinculado a las mismas, deberían de ser las normas del juego. Pero considerar que se puede poner al mismo nivel al revisionista del historiador, al conspiranoico del científico o al neonazi del activista por los derechos humanos suele derivar en el acoso de los primeros a los segundos.
La libertad de expresión se debe ejercer en un contexto de seguridad y respeto normativo. Lo contrario será la muerte de la capacidad de expresarnos, la autocensura y el silencio por parte de los que temen dar su opinión frente a los que prefieren gritarla.