Últimamente, cada vez que abro X, la red social antes conocida como Twitter, encuentro un panorama que se repite en aquellos hilos de contenido sugeridos por la plataforma. Cuando despliego uno que sé que va a resultar polémico (una noticia sobre un conflicto político, una opinión sobre movimientos sociales como el feminismo, un hecho delictivo cuya autoría se va a terminar atribuyendo a alguien cuyos orígenes tal vez estén lejos de España…), encuentro que la mayoría de las primeras publicaciones no se muestran porque el autor está bloqueado. Obviamente, los he bloqueado yo. En un alto porcentaje, se trata de autores que pagan por X Premium, lo que los habilita para que sus posts se vean por delante de los del común de los mortales. Y como tiendo a usar X más para bloquear que para leer, compartir y debatir, el resultado, en esta línea, sigue incrementándose. Lo que una vez fue Twitter no es que parezca en estado de coma para mí; es que muestra una tendencia de hundimiento generalizado de todas las grandes redes sociales.
Las plataformas más globales, como TikTok, Instagram, Facebook e incluso LinkedIn, atraviesan una situación paradójica. Mientras mantienen muy elevadas las cifras de sus usuarios, al menos de los registrados, la percepción de que no representan espacios cómodos ni seguros también aumenta. El caso de X es, posiblemente, el más paradigmático, pero no es el único. Hace poco, conocíamos que más de 400 empleados dedicados, desde Barcelona, a revisar contenidos audiovisuales en la red social de Meta para validarlos o no se habían dado de baja ante el impacto emocional que suponía verse expuestos ocho horas diarias a material, a menudo, muy difícil de digerir para el ser humano.
Las plataformas que consideramos más amables, como Instagram y TikTok, se ven inundadas de contenidos cuyas consecuencias negativas no parece moderar nadie de manera proactiva, mientras que la aplicación de filtros automáticos y de otros que se activan cuando grupos realizan denuncias de contenido coordinadas llevan a la prohibición de publicaciones y perfiles sin que se entienda el criterio que permite semejantes medidas.
Mientras tanto, miles de personas crean perfiles espejo que replican las publicaciones del popular Llados en las que nos recuerdan, por decirlo de manera muy sencilla, que si alguien como él puede ser millonario, a ti te debería de dar vergüenza haberlo logrado. F**k. Únete a su tropa de seguidores con forma a razón de 100€ al mes y trata de ganar el 30% de sus beneficios captando a más personas como tú para la causa. Es curioso lo mucho que esto se parece a un negocio multinivel o a la mecánica de las estafas piramidales. Merece la pena abordar en otro post el caso de las membresías online.
Espacio para la polarización
La polarización documentada por numerosos estudios, como “The Hidden Drug” de LLYC o el más reciente libro “Un mundo de mentira”, de Xurxo Torres, es una evidencia. No existe término medio entre una posición y su presunta opuesta, de que la falta de posicionamiento se juzga en público como una forma en sí de posicionarse en la equidistancia, no siempre para bien. ¿Consecuencia? Muchos prefieren permanecer alerta, leer y no producir para evitar la sanción colectiva.
“Las redes sociales más globales nos han servido de herramienta primero para conectar, segundo para compartir y tercero para posicionar.”
Las redes sociales más globales, actuando como gigantescos foros públicos, nos han servido de herramienta primero para conectar, segundo para compartir y tercero para posicionar. Y en esta última fase, algunos de los que se veían como alteradores del “sistema” desde el populismo y la desinformación han encontrado el refrendo de millones de personas, convirtiendo argumentos numerosas veces refutados y fuera de lugar en mensajes provocadores y aparentemente dignos de consideración. Todos podemos tener una opinión, pero pocas opiniones es necesario compartirlas.
Hacia la microsegmentación
Espacios como Mastodon o Threads han jugado con la posibilidad de ser una tercera vía hacia la recuperación de un diálogo sano. Pero tal vez sea a los grupos de WhatsApp y Telegram a donde se ha desplazado buena parte de la conversación microsegmentada por temas de interés y perfil profesional que antes se compartía en abierto en Twitter. Con el riesgo de que se conviertan en cámaras de eco, proporcionan, sin embargo, la capacidad de filtrado y control que se ha perdido en otros contextos. ¿Se transformarán las grandes plataformas entornos unidireccionales en los que sólo haya espacio para la reacción en forma de elogio o crítica? ¿Volveremos al foro como modelo para huir de la tensión social?
Hace muchos años, a finales de 2008, participé en la comunicación del lanzamiento de Blinko, una red social móvil (cuando no era tan común que se diseñaran para consumir desde un smartphone) que marcaba un tope de veinte amigos en la red de contactos. Veinte. Quién sabe si el retroceso llegará a ese punto. Spoiler: aquello no funcionó.
Mientras tanto, voy a dedicar unos minutos a bloquear perfiles en X cuya opinión y escala de valores no necesitaba conocer. Resulta terapéutico.